Texto de su hijo adolescente

en el décimo aniversario

Madrid 1997

 

Mi padre era ciego. En cierto sentido eligió serlo. Lo eligió para no ver este homenaje, para no ver su muerte ni la nuestra. Un día, no sé cuál, decidió que no quería ver los finales, y dios, si existe, le concedió su deseo. Le concedió ese deseo como conceden deseos los dioses, de forma un poco exagerada, repentina y caprichosa. Pero yo en su lugar lo hubiera agradecido.

A pesar de los constantes arrebatos de lucidez, o mejor dicho de luz, mantuvo siempre su decisión y no dejó que entrara del todo en su cabeza la imagen de un futuro peor que el pasado, de un futuro sin él y sin nosotros. Mantuvo la duda con el humor, como algo inseparable, como cosas imprescindibles, y sufrió los ratos de escepticismo solo, en secreto.

Aprovechó la vida como nunca podremos aprovecharla ninguno, nos aprovechó a nosotros más de lo que podremos hacerlo nosotros mismos. Yo, al menos, nunca he oído que perdiera una oportunidad para ser feliz. Mantuvo estoicamente la humildad y la ilusión tanto como su elegida ceguera le permitió. Fue también ciego a nuestros errores y a nuestros defectos, y  aún sin vernos, consiguió hacernos ver que los perdonaba, incluso que le gustaban. Nos dedicó una sonrisa tantas veces como pudo y seguramente menos de las que hubiera querido. Llenó las yemas de sus dedos y el hueco de los tímpanos y la memoria con todo lo que estuvo a su alcance. Disfrutó igual contándome el cuento del sastrecillo valiente que haciendo de la ONCE una garantía de seguridad para los que la necesitaban. Mi padre, creo, debe representar para los que le conocían un compromiso con ellos mismos.

Esos mismos, los que le conocisteis, seguramente os acordáis de lo que digo. Pero muchos de vosotros, como yo en parte, no llegasteis a conocerle. Aún así, creo que se pueden aprender cosas. Aprender, más que nada, que una vez hubo una persona que, no se sabe muy bien cómo, consiguió combinar la lucidez y las ganas de vivir, la humildad y el cariño y la admiración de los demás. Que una vez hubo un hombre ciego y despistado que fue feliz y arregló un poco este gratuito mundo.

Lo bueno de tener padre es que uno puede a cierta edad, desmitificarle y darse cuenta de que era una persona normal. A mí no me dio tiempo, de hecho como veis, me ha pasado al contrario, a medida que pasa el tiempo más valoro a mi padre, y me cuesta no tenerle como modelo, quizá algún día consiga dejar de hacerlo. Pero lo que sí querría mantener es la esperanza de que en este mundo se puede ser feliz y coherente a la vez.

Según dicen, o según parece, yo me parezco bastante a él, si es así, me gustaría haber heredado algo de esa ceguera elegida. Para poder venir aquí con una sonrisa y explicarle a aquellos que en los días como éste no pueden sonreir, que deben hacerlo, que hay miles de cosas de las que disfrutar y otras tantas que cambiar, tantas como hace diez años cuando él vivía. También me gustaría heredar esa parte de él que digo, para contarle a esos otros que no le conocían y que hoy están como yo confundidos por otras miles de cosas que no tienen sentido, que sonrían también al saber que hay una pequeña esperanza de atravesar esta vida con sencillez y humildad ante el aplauso, y con ilusión y valor ante lo absurdo. En definitiva para contarle a todos los que quieran oírlo, como si de una fábula se tratara, que una vez existió mi padre. Pero claro, no bastan mis palabras para explicar cosas tan complicadas y tan sencillas a la vez. Quizá sirva una poesía que encontré en un libro de Fernando Pessoa que tiene algo que ver con mi padre, con lo que él pensaba y con lo que sobre él pienso yo, y que os leo con su espíritu y con mi voz:

Si yo pudiera trinchar toda la tierra

Y sentirle su sabor

Quizá fuera feliz un instante…

Pero no siempre quiero ser feliz

Es necesario ser de vez en cuando infeliz

Para poder ser natural

No todo es días de sol,

Y la lluvia, cuando falta, mucho se ruega

Por eso tomo la felicidad con la infelicidad

Naturalmente, como quien no se extraña

Que haya montañas y llanuras

Y que haya peñascos y yerba

Lo que hace falta es ser natural y calmo

En la felicidad y en la infelicidad

Sentir como quien mira,

Pensar como quien anda,

Y cuando se va a morir acordarse de que el día muere,

Y que el poniente es hermoso y es hermosa la noche que queda…

Así es y que así sea.

Muchas gracias