ONCE en los ciegos en el mundo. Enero-junio 1994

LA ORIGINALIDAD DEL MODELO ESPAÑOL

 

Es el año 1938. España está viviendo desde hace dos años una terrible guerra civil. Y, sin embargo, en esos momentos en que en el país se entrecruzan violentamente pasiones y concepciones del mundo contrapuestas, un grupo de jóvenes ciegos, un puñado de locos visionarios, se atreve a concebir la idea de que para los deficientes visuales es el momento oportuno para plantear una estrategia que permita avanzar hacia un futuro mejor. Situados en el territorio que ocupa el bando que ya se percibe como inevitablemente vencedor, esos soñadores preparan un proyecto de organización de ciegos unificada, y se lo someten al Jefe del Estado de la entonces denominada zona nacional, Francisco Franco, que habría de regir con mano férrea los destinos de España hasta 1975.

El aumento del número de personas ciegas como consecuencia de la guerra hace que Franco y su Gobierno estén sensibilizados ante el problema y accedan a firmar un Decreto por el que el 13 de diciembre de 1938 se crea la Organización Nacional de Ciegos Españoles (ONCE). A su frente se coloca a un masajista ciego, que sólo tiene 28 años: Javier Gutiérrez de Tovar.

Las señas de identidad de la ONCE

El documento fundacional de esta institución está impregnado de idealismo y utopía, pero también incluye fórmulas prácticas para hacer frente a aquella situación de miseria y desolación. El grupo fundador tiene, entre otros muchos, el incuestionable mérito de saber aprovechar positivamente la fuerza coercitiva consustancial con un sistema autoritario, como el que se está  imponiendo en España en aquellos momentos, para formar una organización fuerte y unitaria que dé solución a los problemas de los ciegos sin dispersar recursos. El Decreto gubernamental obliga, en efecto, a todas las instituciones de y para ciegos entonces existentes a que desaparezcan como entidades independientes y se fundan con bienes y personas en la nueva Organización. Ante la imposibilidad de esperar subvenciones substantivas del Estado en aquellas circunstancias tan adversas, se prevé la implantación a nivel nacional de una lotería diaria que aprovecharía la experiencia de las rifas locales que se habían puesto en marcha en algunas ciudades con anterioridad a la guerra. Y se pone la gestión de la nueva asociación en manos de los propios ciegos, aunque tutelados desde el Gobierno. Ahí se encuentran ya los gérmenes de los tres rasgos caracterizadores de la realidad de los ciegos y la ceguera en España durante el último medio siglo:

– Una sola institución gestiona todos los servicios, incluidos los educativos, y funciona al mismo tiempo como estructura asociativa para representar ante las autoridades y la sociedad los intereses de los deficientes visuales.

– La lotería diaria se constituye en la fuente primordial de recursos para atender al funcionamiento de la institución y a la prestación de los servicios, y, al mismo tiempo, se configura como el medio inicial de encontrar empleo para la mayoría de los ciegos.

–  Las propias personas ciegas ocupan los cargos de responsabilidad en la nueva institución.

La sucesiva evolución no ha modificado esencialmente ninguna de esas señas de identidad.

Los primeros tiempos

En 1938, en España hay un número reducido de ciegos que han tenido acceso a la educación, y encontramos un contingente incluso menor de personas que ha conseguido un puesto de trabajo; una cifra considerable de gente ha perdido la vista en el combate o como consecuencia de él, y algunos de ellos poseen una formación apreciable; pero la mayoría son mendigos e indigentes. Sin embargo, puede decirse que muy pronto los ciegos españoles obtienen premio en su propia lotería, pues de manera bastante rápida se va haciendo visible el éxito del experimento. Este sistema de recaudación, que se denomina  «Cupón pro ciegos» -hoy se lo conoce como «Cupón de la ONCE»- empieza a cumplir enseguida la doble función para la que se creó, y que, en gran medida, sigue desempeñando en la actualidad: aportar fondos a la institución para la realización de sus objetivos y proporcionar directa e indirectamente una forma de empleo para un número creciente de ciegos. No obstante, su triunfo arrollador conlleva el inconveniente de hacer difícil la conquista de metas ideales, como es el que los ciegos puedan trabajar integrados con todos y en ocupaciones que correspondan lo más posible a sus cualidades e intereses. En relativamente pocos años, se consigue que todos los niños ciegos de cuya existencia se tiene conocimiento estén escolarizados en escuelas residenciales bien equipadas, y mediante la venta de la lotería y la reserva preferencial de los puestos de dirección y gestión administrativa, de enseñanza en las escuelas especializadas, así como determinadas ocupaciones en imprentas y bibliotecas Braille, se logra que la mayoría de los ciegos en edad laboral tengan un puesto digno. Pero, sin embargo, la fórmula de empleo es excesivamente exclusiva, y

la ONCE, si bien es una entidad respetada por casi todo el mundo, está muy cerrada en sí misma. Es algo así como si los ciegos constituyeran un estado dentro del Estado.

La renovación de los sesenta

En los años sesenta, en el país soplan vientos de renovación y apertura, y tímidamente a la ONCE llegan también bocanadas de aire fresco. La designación  como jefe nacional de la ONCE en 1959 de Ignacio Satrústegui, un empresario prestigioso que había perdido la vista en la guerra civil y que siempre se dedicó a la gestión de sus propias compañías, introduce algunos cambios en la institución, que se concretan, sobre todo, en la puesta en marcha de una serie de establecimientos de formación profesional y rehabilitación básica. Se empieza a preparar a ciegos como telefonistas, trabajadores industriales especializados y fisioterapeutas. Al cabo de algunos años, el número de los que tienen ocupación fuera de las estructuras de la ONCE empieza a ser significativo. La Fisioterapia y la Telefonía mantienen su vigencia como opciones laborales hasta hoy, pero la experiencia de empleo en la industria fracasa pronto en España, pues la gente prefiere la comodidad y los mayores ingresos que les brinda la venta de la lotería al trabajo en una planta industrial, que puede llegar a ser bastante duro.

La irrupción de la democracia

Sin duda alguna, la escritura de las páginas más brillantes de esta historia alentadora está reservada para los jóvenes de los años setenta, formados por la propia ONCE. En 1976, en España se inicia un período de transición hacia un sistema democrático, que las nuevas generaciones de ciegos, con mentalidad muy progresista, quieren que también afecte a su institución. Este nuevo camino no es fácil, pues la actitud aislacionista de la vieja guardia de la organización de ciegos se resiste al cambio. Esas personas piensan que esos jóvenes alborotadores que reclaman libertad y democracia van a destruir esa gran obra, construida con el sacrificio de tantos a lo largo de muchos años. Pero la presión en favor de la reforma es imparable.

En 1981, el Gobierno publica un Decreto que modifica el documento fundacional, y en él, entre otras cosas, se establece una democratización profunda de todas las estructuras de la ONCE. A partir de entonces, la organización está regida por un Consejo General, compuesto por quince personas ciegas, que escogen cada cuatro años por sufragio universal todos los afiliados a la institución, en un proceso que recuerda mucho a las elecciones parlamentarias de cualquier país.

En abril de 1982, se celebran las primeras votaciones, que conducen al poder a aquellos jóvenes cuyo protagonismo tanto temían los que hasta ese momento mandaban en la ONCE. Se trata de personas, que en casi ningún caso superan los treinta años, algunos con formación universitaria, otros curtidos en la escuela vital que es el ejercicio de la venta de la lotería en las calles de muchas ciudades de España, a veces en condiciones bastante duras. No tienen, es cierto, ninguna experiencia en funciones de responsabilidad o gestión, pero les sobra entusiasmo e imaginación, y poseen abundantes dosis de esa energía que deriva de la positiva combinación de su juventud y una ilimitada convicción en que las cosas pueden ser de otra manera. Y, felizmente, pueden contar con un líder de cualidades excepcionales, Antonio Vicente Mosquete, que en abril de 1982 se convierte en el primer presidente de la ONCE democrática.

La revolución de los ochenta

Antonio y los que durante los años inmediatamente anteriores a esa fecha comparten con él la lucha por el cambio y ahora participan en tareas representativas y directivas se ponen enseguida manos a la obra. Impulsan un proceso de profundas transformaciones, que supone una modernización de los objetivos y estrategias de la organización, una reforma radical del sistema de lotería y una inserción plena en el dinamismo social y económico del país. En enero de 1984, entra en vigor la nueva modalidad de la lotería. En lugar de 33 sorteos diarios que hasta entonces se efectúan en otros tantos distritos territoriales, ahora el sorteo tendrá carácter nacional, y sin modificar el porcentaje dedicado a premios, se cambia el sistema de manera que las cantidades que el público pueda ganar sean mayores. La reforma se acompaña de una imaginativa campaña en todos los medios informativos, incluida la televisión, que contribuye sin duda alguna al éxito de la operación. En enero, mucha gente hace cola ante los puestos de venta de la ONCE desde primeras horas de la mañana para poder adquirir algún billete, y los vendedores quedan sin ninguno al cabo de una hora. La imprenta que produce los billetes no da abasto, y en pocos meses hay que modernizarla de manera drástica. Muy pronto, las ventas se han doblado. Los ciegos españoles han ganado otra vez el premio mayor en su lotería. El éxito asombra a propios y extraños, y representa un salto cualitativo en la evolución de la institución. En 1985, se introduce otro cambio, que consiste en el establecimiento de un gran premio (aproximadamente un millón de dólares) cada viernes para un único billete, y la aceptación transciende una vez más las predicciones de los más optimistas. Hay que decir que de 1984 a 1994, la cifra global de negocio se ha multiplicado más o menos por ocho.

En junio de 1987, un trágico y absurdo accidente siega de cuajo la vida de Antonio Vicente, cuando sólo tiene 35 años. Su súbita desaparición supone para muchos de nosotros un vacío imposible de llenar, pues Antonio era una persona adornada con una increíble constelación de cualidades. Era extraordinariamente inteligente e imaginativo; tenía un indudable carisma de líder, y, al mismo tiempo, su bondad y sensibilidad, hacían que cualquiera pudiese sentirlo próximo. Poseía una capacidad de trabajo fuera de lo común, y su vitalidad parecía no tener límites. En cinco años, hace una labor que parecería de cien.

Afortunadamente, la solidez institucional de la ONCE es grande y abundan en ella talento y creatividad. Después del 87, las transformaciones continúan a ritmo acelerado.

La ONCE hoy

Gracias a la fórmula empleada, el porcentaje de personas ciegas en edad laboral que tiene un puesto de trabajo es el más alto del mundo, pues se acerca al 75 por ciento. En cifras absolutas, podemos decir que 14.384 personas ciegas y deficientes visuales están empleados como vendedores de la lotería de la ONCE, y perciben mensualmente rentas, que están bastante por encima del salario medio de los trabajadores españoles. Sus ingresos se calculan de acuerdo con un complejo sistema, que fija comisiones porcentuales que van aumentando a medida que aumenta la venta, y que superado un determinado techo, comienzan de nuevo a descender, y se complementan con cantidades no sujetas a comisiones, tales como las compensaciones por días festivos, vacaciones, años de antigüedad, etcétera.

La popularidad de la lotería de la ONCE y la publicidad que se hace de la misma en forma casi permanente garantizan que todos los vendedores puedan alcanzar niveles de ingresos muy razonables. Naturalmente, dada su condición plena de trabajadores, disfrutan de todos los beneficios que brinda el sistema de seguridad social español, además de las ventajas adicionales que la ONCE ofrece a sus afiliados y trabajadores. La venta se ejerce en la propia calle, aunque un número creciente de personas lo hace en modernos quioscos situados en la vía pública o en stands, colocados en grandes superficies de uso general, como estaciones ferroviarias, aeropuertos, grandes almacenes, etc. Citemos, a título de ejemplo, que en Madrid hay unos 2.500 vendedores que son  ciegos y otros seiscientos con discapacidades distintas de la ceguera. Existen unos 700 quioscos, que en ocasiones usa más de un vendedor, y 20 stands.

Como ya dijimos, la ONCE aplica una política muy estricta de reserva de puestos de trabajo en todas las funciones de alta dirección y gestión intermedia, al igual que en sus escuelas y centros de diverso carácter. Por esa vía, tienen empleos bien remunerados unos mil deficientes visuales. Varios centenares trabajan en estructuras ajenas a la ONCE, como fisioterapeutas, telefonistas, profesores en centros ordinarios, programadores, etc.

En los últimos diez años, la ONCE ha renovado radicalmente todos sus servicios y ha introducido otros nuevos, tales como un Centro de producción y distribución de libros en Madrid, que incluye un hermoso museo para ciegos, una red de centros de rehabilitación visual, varias unidades de apoyo a la integración escolar y de prestación de servicios de rehabilitación en el lugar de residencia de los interesados, dos nuevas unidades no residenciales de rehabilitación básica, etc. La práctica totalidad de sus servicios se prestan en instalaciones totalmente nuevas o profundamente renovadas, atendidos por personal en su mayoría joven y bien cualificado.

En 1987, la ONCE acuerda con el Gobierno crear una Fundación, a la que entrega cada año el tres por ciento de la cifra total de venta de la lotería, cuyo objetivo es promover acciones en los campos del empleo, la rehabilitación y la educación para personas con discapacidades distintas de la ceguera. A través de ella, se han constituido numerosas empresas, propias o participadas, en las que se da empleo a un contingente muy importante de discapacitados. La ONCE también aceptó emplear a un cierto número de minusválidos como vendedores del Cupón. Actualmente, trabajan ya en esa actividad unos 7.000.

Entre 1988 y 1992, se intensifica una estrategia de diversificación de riesgos económicos, según la cual la ONCE se convirtió en socia mayoritaria o incluso propietaria de numerosas empresas en sectores muy diversos. En casi todos los casos, los ciegos ocupan en ellas las principales responsabilidades de gestión. Los medios informativos de muchos países se hicieron eco de este hecho, sobre todo, cuando Miguel Durán, entonces Director General de la ONCE, se convirtió en Presidente de la Compañía de Televisión Tele 5. Miguel Durán lideró en gran medida esta política agresiva de participación en la vida económica del país, y gracias a su gran simpatía personal y extraordinarias dotes de comunicador, llegó a ser un personaje público muy popular. Es significativo que, aun cuando la ONCE ya no es uno de los socios principales de la Cadena Televisiva, los demás han querido que siga ocupando la presidencia.

Los ciegos y la sociedad

El hecho de que la venta de la lotería se ejerza directamente en la calle ha supuesto que la ceguera se convirtiera en España, tras la creación de la ONCE, en un fenómeno muy visible para la sociedad en general. Hubo visitantes extranjeros que llegaron a pensar que en España había más ciegos que en otros países europeos. Sin embargo, la gente sabía que la ONCE cumplía una labor social buena, pero tenía pocos conocimientos de lo que ocurría dentro de sus estructuras. Esta interacción con la sociedad dio un giro radical después de la renovación de los años ochenta.

La ONCE ha mantenido una comunicación intensísima con el público a través de frecuentes campañas publicitarias, unas veces estrictamente comerciales, destinadas a promover la venta de la lotería, y otras, centradas en aspectos concretos de los servicios prestados. La calidad de estas campañas ha sido reconocida con premios nacionales e internacionales, y está fuera de toda duda que ese bombardeo informativo ha logrado transmitir el mensaje de que los ciegos no son en modo alguno seres inútiles. Y ese contacto con la gente se ha cultivado además a través de la participación en diversas exposiciones y manifestaciones científicas y culturales. El nexo ceguera/pobreza ha desaparecido definitivamente de la mente del público en general y de los agentes sociales y económicos en particular. La ONCE es admirada y respetada, y a menudo banqueros y empresarios intentan cortejar a sus dirigentes para conseguir su asociación.

Conclusión

Naturalmente, España no es el paraíso para los ciegos, aunque hay motivos para entender el orgullo que sienten por su Organización quienes dirigen la ONCE y se benefician de ella. Comparando la realidad miserable de que partió hace 56 años con la pujanza de su actividad social y económica, a nadie le deben doler prendas en reconocer lo admirable de sus logros. La experiencia, aunque pueda ser irrepetible en algunos de sus aspectos, debe constituir un estímulo para muchos países, que actualmente están desarrollándose rápidamente. Es indudable que valdría la pena intentar imitar a los españoles en algunas cosas. Los prejuicios ante la ceguera y las actitudes discriminatorias no se han borrado definitivamente. Hay personas que valoran el éxito colectivo de la institución, pero piensan que las personas ciegas poco tienen que hacer fuera de ella. Se da, naturalmente, esa sutil discriminación que se produce cuando uno está ya en la parte más alta de la escalera que conduce hacia la plena igualdad social.

Alegrémonos todos por esta luminosa realidad. Podemos asegurar sin reserva que la ONCE será siempre solidaria con cuantos esfuerzos se hagan por fomentar la colaboración internacional.

(Los Ciegos en el Mundo – número 11 (enero-junio 1994), páginas 15 a 21 de la edición impresa en español).