¿Conociste a Antonio?

Escribe aquí tus vivencias y experiencias compartidas con Antonio.

5 comentarios en “¿Conociste a Antonio?”

  1. Hablo con Antonio a través del tiempo y la tecnología, igual que hace tiempo hablaba con él de tecnología. Hablo de historia viva en un tiempo muerto. Muerto por la mediocridad opuesta a la CULTURA con mayúsculas que Antonio y otra gente de su tiempo, de mi tiempo, que aún es mi tiempo y su tiempo, propiciábamos. De ese tiempo de ilusión basado en tierra firme, en tiempos de depresión basados en basura de lodo podrido que se ha creado a base de destrozar todo sin reciclar.
    Hablo de él, con él , hacia él y en vivo. Escribo como hablo y estreno foro tecnológico para dirigirme al primer maestro, al que con Bob Dylann, Beathles, Everly Brothers pero sobre todo al que con respeto mútuo, traté de tú, porque él abrió esa puerta.
    Escribo, hablo y saludo esta iniciativa y revive mi corazón y mi recuerdo con la memoria histórica de la historia que tratan de lanzar por el fregadero.
    Declaro mi rotundo NO a la mediocridad y mi MIL VECES NO a la MIEDOCRIDAD.
    Un fuerte abrazo Antonio. Nos seguimos viendo en los bares, y en los foros donde se construye. A los delimitadores de las cosas, les dejamos otros foros FUERA.

  2. Olaberri y tyo regresamos juntos a Madrid y nos reunimos con Mosquete en la estación de RENFE rumbo a Barcelona. Mientras esperábamos el tren, Mosquete y yo nos sentamos en el suelo del andén junto a las maletas correspondientes. Me sorprendió mucho el humor especial de Mosquete y cómo coincidíamos en los gustos de programas radiofónicos. No paramos de reír en horas mientras el “Solfa” iba y venía informándose sobre trenes, vías y horarios. Mosquete tenía dieciséis años, Olaberri y yo, dieciocho.

    En Barcelona pasamos el día, fuimos a la playa, comimos fatal en la delegación de la ONCE, lentejas y un filete de madera.
    Creo que trasbordamos en Portbou y viajamos durante la noche hasta lyon.
    Habitamos tres días en una residencia y luego nos incorporamos a la colonia Le pilon.
    Nos ubicaron en un dormitorio de unas quince camas y Mosquete y yo ocupamos camas contiguas al fondo. Solíamos charlar durante horas en la noche hasta altas horas de la madrugada, hasta qe uno de los dos caía rendido por el sueño. Entonces conocí bien ese característico espíritu suyo lleno de equidad, de templanza, de humor que acariciaba y nunca ofendía; su capacidad para intuir y la suave discrepancia en las discusiones.

    Ojos que no ven:
    Habíamos regresado de una de las marchas de treinta kilómetros y estábamos divididos en grupos cercanos a una distancia de unos veinte o treinta metros. Yo hablaba a media lengua con algunos franceses y marroquíes cuando llegó hasta mí Olaberri, presuroso, muy nervioso, alteradísimo, tirando fuerte de mi brazo:

    _¡Antonio, Antonio, Antonio!, ¡que le ha dado un ataque y está completamente negro!

    No dije nada, todo era muy extraño y en esas ocasiones yo mostraba calma, había cogido fama de un poco de experto en supervivencia.

    _¡Pero corre, corre, es de vida o muerte, corre, corre!, -insistía Olaberri-.

    Apresuré un poco el paso y al llegar, me agaché para palpar su cuerpo. Me quedé lívido: Mosquete yacía completamente rígido, con los brazos, manos y dedos retorcidos, el tronco casi en opistótonos, los pies vueltos; expulsaba espuma por la boca y salían de él ruidos como estertores.

    _¡Está negro, está negro! –insistía Olaberri angustiado-.

    Le coloqué varias mochilas bajo las piernas pero resultó inútil, se nos iba en segundos.
    El cielo me iluminó: recordé las películas y libros de aventuras de la niñez, todos a la vez, en una sola imagen y, resueltamente tomé a Mosquete por los muslos y las caderas y lo coloqué en el aire cabeza abajo. Al cabo de treinta o cuarenta segundos que parecieron cuarenta siglos, su rigidez comenzó a ablandarse y pude extenderlo en el suelo bocaarriba con las piernas sobre las mochilas. Me lancé desesperado a un masaje cardíaco agotador y abrió los ojos y quedó completamete relajado y respiraba, respiraba, respiraba… Continué más suave con el masaje cardíaco y luego de dos o tres minutos comenzó a balbucear, a emitir sonidos incoherentes, luego palabras sueltas y, al fin, frases razonadas “dónde estoy”, “qué ha pasado”, “sentía que me iba, que me dormía”.

    Una vez restablecido, nos explicó que se había caído y al apoyar la mano en el suelo le coincidió la palma con el gancho de una hebilla de la mochila, la cual se clavó hasta el hueso. La hebilla estaba oxidada y Olaberri y yo no sabíamos que hubiera sido precisa una antitetánica. Nadie se enteróen el campamento, “era cosa de españoles”, decían y no volvimos hablar del episodio nunca más.
    Creo que ni el mismo Olaberri se apercibió del guiñapo que yo tenía entre las manos y lo mal que lo pasé, tampoco Mosquete, inconsciente e ignorante del cuadro.
    Al año siguiente y gracias a los estudios de Fisioterapia y la asignatura de Patología Médica, tuve conocimiento de que se trataba de un shock anafiláctico y hubiera sido precisa adrenalina y que el riesgo de fracaso en mi intervención fue muy grande.

    Nadie hasta hoy ha conocido este extremo, esta anécdota, seguramente José María Olaberri la recuerda aunque sin ser plenamente consciente, entonces, de la gravedad.

  3. Demetrio Casado dice:

    Coincidí con Antonio Vicente Mosquete, primero, porque en 1978 se incorporó al cuerpo de Titulados Superiores de Asistencia, Formación y Empleo, del Servicio de Rehabilitación y Recuperación de Minusválidos (SEREM), en el que yo había ingresado anteriormente.

    El SEREM pasó a formar parte del Instituto Nacional de Servicios Sociales (INSERSO), tras la creación de éste en noviembre de 1978. Tras unos años de trabajo en otro servicio, me incorporé al INSERSO en 1979, siendo destinado al Servicio de Estudios, Publicaciones y Relaciones Internacionales del Instituto, en el que estaba Antonio.

    En el tiempo en que coincidieron nuestros destinos administrativos, pude observar su gran capacidad, asidua dedicación y fácil integración laboral: no reivindicó condiciones especiales a proveer por el Servicio. Una anécdota: Antonio caminaba sin bastón a gran velocidad por la planta en la que se ubicaba su despacho. En el vestíbulo que separaba las dos alas de la misma, había un tresillo y la mesa baja correspondiente. Al hacer la limpieza, aquellos muebles experimentaban algunos leves cambios de posición, que generaban dificultad -y algún tropezón- para la marcha viva de Antonio. No recuerdo que el mismo reivindicara el anclaje o la eliminación de tales muebles; ni que se quejara porque ello no se hiciera por iniciativa ajena.

    Cuando el liderazgo de Antonio en la ONCE emergió al conocimiento común, caí en la cuenta de cuan discretamente había mantenido al margen de su trabajo la que debió ser intensa actividad pro reforma de aquella. Y nótese que trabajaba en el principal organismo público responsable de la atención a la discapacidad.

    Demetrio Casado, mayo de 2012

  4. Ada dice:

    No puedo explicar con palabras lo que para Paco y para mí significaron aquellos años que compartimos con Rosi y Antonio en Los Alcázares desde que nos casamos en el mismo año y tuvimos los hijos también en las mismas fechas. Antonio era un elemento de unión conyugal: cuando había disgustos sacaba una cerveza, ponía paz y alegría y hacía que todo fuese mucho más fácil. La última vez que nos encontramos en la playa era Semana Santa y Antonio jugaba al balón con su hijo y me confesó que él hubiera sido futbolista pero le pasó como a Julio Iglesias. Él sabía disfrutar de todas las pequeñas cosas de la vida como las largas tertulias nocturnas en el poyete donde nunca faltaba una copa. Era muy divertido y con un gran sentido del humor. Conocerte fue una gran suerte.

  5. Marián, Mª Angeles Villarán dice:

    Tuve el honor de trabajar con Antonio en el Servicio de Estudios del extinto SEREM, me encantaba su alegría y sus ganas de vivir, la superación de todas las barreras (sobre todo psicológicas) y su sencillez al enfrentarse a los problemas, me encantaba su “amueblamiento de cabeza” eran sencillo, profundo y trabajador.

    Como dice Demetrio Casado recuerdo un archivador metálico que teníamos colocado en el pasillo que unía su despacho y el mío, normalmente estaba pegado a la pared pero por la limpieza o por falta de “vista” alguien lo colocó verticalmente a la misma. Como era normal cuando me llamaban al teléfono y era para Antonio yo le “gritaba” y él venía como loco (en aquellos tiempos no había moderneces de pasar el teléfono y cosas de esas), obviamente se encontró con el archivador y ambos cayeron al suelo, Antonio con la rodilla maltrecha y el archivador con los papeles por el suelo, cuando llegamos preguntó amablemente ¿se ha hecho daño el archivador?…. la carcajada fue general, no hubo un reproche ni una mala palabra, hubo sonrisa y cariño, hubo saber enfrentarse a las cosas tal cual te vienen sin buscar culpables ni ofensas.

    Esta es una parte del Antonio que yo recuerdo y añoro

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