VÍSPERAS DE CAMBIO. SERCO, 1979

Parte monográfica de Cambio ONCE

sobre la mesa redonda para la reforma orgánica de la Organización

A veces las palabras ayudan. Por eso, el título. Por eso y porque también en el umbral de otro cambio más deseado que probable, le llamamos así a otro artilugio nuestro. Las palabras han servido para provocar estados colectivos emocionales, para emprender guerras, para justificar holocaustos de pueblos enteros. ¿Por qué no habrían de servir para conjurar a los hados? Por palabras que no quede.

Cambio ONCE y la democracia

Afortunadamente para nosotros, quienes pululamos en torno a este fantasma de ADEVI Y nos asomamos habitualmente a esta revista, no necesitamos decir que somos demócratas. Y esto, que no sería decir mucho en otros contextos, aquí y ahora es decir  bastante.

El mismo hecho de la revista, de nuestra lucha por defender la libertad de expresión contra el Sr. González, contra la ONCE, y a veces contra nosotros mismos, nos exime de mayores argumentaciones sobre esta cuestión.

Antes de hablar de decretos y articulados, hemos exigido en todos los tonos y desde todas las posiciones libertad, tolerancia, diálogo y hasta responsabilidad. Más aún, hemos practicado esos principios con mayor o menor fortuna ante las miradas, unas veces indulgentes y otras veces despectivas, de los depositarios de la verdad. No debe entenderse, por lo tanto, que nos sumamos acríticamente a esta nueva feria de las representatividades que ahora nos han montado. En estas bacanales del engendro de una norma hay siempre algo de orgiástico y justificativo, sobre todo para esos demócratas de papel y del oportunismo. Cabe también, y es una tentación más benigna caer en la cándida contemplación del paraíso democrático; soñar esa tierra de promisión que creemos cercana. Cabe, pero no es nuestro caso. Para bien o para mal, hemos dejado muy atrás la franca ingenuidad que nos ayudó a sobrevivir a los años más duros del franquismo. Aunque nada más fuera por estos años de transición, que nos han valido las felicitaciones de Carter, a costa de una desmovilización sin precedentes, nos cuidaríamos muy mucho de no invocar a la democracia como salvadora de nada. Hoy por hoy sabemos ya demasiado bien que hay una lucha sorda de intereses por debajo de nuestros enfrentamientos ideológicos. Que por muchos órganos de participación y de expresión que nos pongan, a hablar y a participar aprenderemos con el tiempo; con mucho tiempo y con muchas cañas –de cerveza desde luego-.

Y todas estas reflexiones hechas desde la lucidez personal, poca o mucha que tenemos, no enturbian en lo más mínimo nuestra convicción de que es necesario un cambio hacia la democratización de las estructuras de la ONCE y una modificación de los comportamientos autoritarios DE NUESTRO MEDIO INSTITUCIONAL.

Desde la perspectiva estructural, estamos convencidos de que es necesario desbloquear la actual situación. Con órganos de gobierno democráticos, habríamos conseguido este objetivo. Tampoco es seguro que los problemas tuvieran un cauce para su solución, que es el tópico más al uso cuando de transiciones se habla. Pudiera suceder, y después de lo visto hay que curarse en salud, que las nuevas circunstancias dibujen una nueva situación desventajosa con respecto a las pasadas, si se las comparara estáticamente. Pero no cabe duda de que habremos avanzado en términos dialécticos. Eso al margen de las posibles satisfacciones y frustraciones personales. Ahí estamos, ni ingenuos ni pasotas, escépticamente esperanzados como siempre; activos como casi siempre.

Más que una reforma

Con independencia del cúmulo de valoraciones, en ocasiones contrapuestas, que el fenómeno institucional de la ONCE suscita, según la procedencia ideológica o la línea de pensamiento, respecto a los servicios sociales desde la que se haga el juicio, el hecho incuestionable es que se trata de una realidad importante, por el volumen de recursos que moviliza; interesante, por la peculiaridad de su configuración institucional y de su misma línea asistencial. Una realidad En fin que reclama de quien esté preocupado por esta área de la acción social una atención crítica y un conocimiento riguroso.

Y es que además, cuando se habla de reforma de la ONCE, sería miope pensar que estamos refiriéndonos exclusivamente a modificaciones orgánico-administrativas, que nada tienen que ver con las concretas condiciones asistenciales del colectivo de los deficientes visuales.

Lo que está en juego, en última instancia, no es el organigrama de la Entidad. No es un episodio más de esa permanente metamorfosis institucional, que es el argumento principal de la historia del sector de atención a minusválidos. Se trata de un planteamiento radical de las bases de la institución y de su sentido en la sociedad española de los años 80.

En pocos casos como el que nos ocupa, el elemento institucional, su génesis, su evolución, et cétera, constituye un factor tan determinante de la situación asistencial del grupo sobre el que se proyecta. En efecto, los móviles que explican el decreto fundacional de la Organización, el contexto en el que se inscribe la promulgación de esta norma, el espectacular éxito del cupón, son datos imprescindibles para comprender la peculiar lectura que la Entidad ha hecho de sus fines asistenciales; así como la importancia y la orientación de los servicios de atención a los deficientes visuales en nuestro país.

Para acercarnos al punto de partida de este proceso, no queda otro remedio que hacer unas breves anotaciones históricas. Cuando de la ONCE se trata, recordar su origen es en buena medida entender su actual situación.

1. Los orígenes

Se crea la ONCE por decreto de 13 de diciembre del 38.Es decir, en plena guerra civil y con el respaldo de un gobierno en trance de consolidación militar y territorial. La habilidad de algunos ciegos inquietos y la preocupación de los militares por el problema de los ciegos de guerra, tienen probablemente más que ver con su nacimiento que la existencia de una línea clara del Estado en materia de atención a los deficientes visuales. Este contexto determinó los rasgos del sello de procedencia y de identidad de la nueva institución. Estos rasgos, a saber: unidad de todas las instituciones y de todos los ciegos en una única entidad; autogobierno de los propios ciegos –en otras palabras y según la acepción autoritaria del término, presencia de los afiliados en los puestos directivos sin que esto suponga participación de los afectados en su elección o en el control de su elección-; y concesión de una lotería nacional como medio de financiación institucional y como solución económica y ocupacional para los ciegos españoles.

Todo ello en un decreto fundacional, reflejo fiel de las actitudes y del tono dominantes, pero que contenía determinados principios y líneas asistenciales relativamente avanzados y poco compatibles con los móviles reales que llevaron a la creación de la Organización.

La situación en 1976

Los condicionamientos de partida aludidos, junto con el fenómeno espectacular e inesperado del éxito de la venta del cupón, fueron consolidando el predominio de la línea benéfico-asistencial sobre la de promoción, capacitación e integración de los ciegos. Y ello a pesar de aumentar los centros y servicios para este segundo fin.

De una institución perfectamente congruente con el Estado que la hizo surgir, se ha ido pasando a un creciente aislamiento respecto de la realidad española. Aislamiento o ambigüedad jurídica, que se materializa tras la promulgación de las leyes de régimen jurídico de la Administración del Estado, y sobre todo la ley de Entidades Estatales Autónomas. Aislamiento en cuanto a la orientación de los servicios asistenciales, posibilitado por la falta de un control público suficiente tanto como por la presencia de intereses y actitudes poco favorables a planteamientos más modernos; y agravado por la creación de organismos públicos en el sector de minusválidos a partir de 1970. Aislamiento estructural que se completa con el periodo de la reforma política y la legislatura constituyente; y que con la trasformación del sistema socio-político deja a la ONCE como un fenómeno institucional descontextuado y atípico, difícilmente asimilable por las circunstancias generales del país. Esta atipicidad progresiva tiene su confirmación en un elemental análisis comparado de los sistemas institucionales existentes en otros países en relación con el colectivo de los deficientes visuales.

Con todas las salvedades del caso, tal vez sea posible distinguir dos modelos fundamentales, al menos para Europa: el de los países occidentales, caracterizado por la pluralidad de instituciones, con el predominio final de alguna de ellas; pero siempre de origen privado, filantrópico o asociativo; por niveles aceptables de servicios de promoción que tienden a ser normalizados y con una garantía de ingresos mínimos mediante un sistema amplio de pensiones.

Y el de los países orientales: con una única institución estatal responsable, y con una red de empleo protegido que garantiza unos niveles económicos mínimos.

Pues bien, la Organización está más cerca del modelo de la Europa oriental y la situación asistencial de los deficientes visuales españoles se asemeja en lo fundamental más a la rusa que a la francesa. De ahí, pues, el trasfondo de esta reforma. Una operación quirúrgica de envergadura que trasforme una entidad congruente con un sistema socio-político autoritario y con una filosofía asistencial de hace cuarenta años, en una institución coherente con el sistema democrático, con la línea pública actual en materia de servicios sociales y con el  entramado institucional del sector.

Y sin embargo, la operación convendría realizarla sin dañar algunos elementos positivos de la situación actual:

a) el volumen de servicios especializados actualmente en funcionamiento y que sitúan al colectivo de deficientes visuales con toda probabilidad muy por encima de los niveles medios de atención de otros discapacitados.

B) El tratamiento unificado de los problemas, principio al que tienden en todos los países, precisamente por la especificidad de las cuestiones y por el número de afectados.

C) La actividad y espíritu de participación que en general distinguen a los ciegos de otros sectores de disminuidos.

Bien es verdad, que en la situación actual, estos rasgos no se dan en estado puro. De ahí la dificultad de la operación.

1976-1980 una reforma de chinos

Con el segundo gobierno de la monarquía, la necesidad de cambio se asoma a las disposiciones oficiales y se convocan las primeras elecciones a representantes de los afiliados y los trabajadores de la ONCE.

Desde ese momento se sucedieron avatares del más diverso signo y de la más dispar etiología: correcciones reiteradas de las convocatorias, promesas de medidas inminentes por parte de la Administración, cambios inoportunos de los responsables del ministerio, reuniones, concentraciones, negociaciones…… ¡Nada! Cuatro años de aspavientos estériles. En fin, un buen ejemplo de lo que podríamos denominar celtiberismo de la transición, un proceso tortuoso y esperpéntico, que hay que mencionar, que ya hemos relatado aquí y que no es el momento de repetir.

Mayo de  1980, la mesa para la reforma orgánica de la ONCE

A finales de abril o primeros de mayo, la Dirección General de Servicios Sociales, ahora de Acción Social, a tres años de aquellas elecciones legendarias a compromisarios que ella misma propiciara, convoca una mesa redonda para el estudio de la reforma orgánica de la ONCE. Para ello se invitaba a todos los sindicatos y asociaciones profesionales de ámbito estatal con implantación en la Entidad.

El espectáculo de asociacionismo inducido, que este oficio circular desencadenó, constituye un fenómeno interesante  y una orientación para quienes se preguntan todavía cómo promover la participación social. Se aceleraron los trámites de constitución legal de APEAO y APEO; se desempolvaron carnets y se invocaron siglas que nunca antes habíamos oído entre nosotros. Y sin embargo, por mucha confusión que este fenómeno haya añadido, no se empeora la situación que se hubiera creado de haberse aplicado la letra de la mencionada circular.

La primera reunión tiene lugar el 21 de mayo. La presidió el Sr. Farré Morán, bien conocido nuestro, que hace tres años prometía democratizar la ONCE y que ahora, lejos de la Dirección General, recibe el encargo del director de representarle en esta mesa.

Junto a él, por parte de la Administración: dos subdirectores generales y el interventor; por la Jefatura: -no se puede decir que su representación sea muy locuaz, ni siquiera muy brillante- los señores Jarne, Lorente y Hernández Delso.

 La alternativa secuestrada

Más lejos la base, en esta ocasión representada por APEAO, el Sifo, APEO, junto con las centrales sindicales, Comisiones Obreras, UGT, USO, CNT y AOA.

Ya se ha reunido en tres ocasiones. La del 21 de mayo ya citada, la del 11 al 13 de junio y la del 7 de julio. Los resultados prácticos de las reuniones podrían resumirse en los siguientes puntos:

  1. Compromiso formal del director general, presente en una de las reuniones y reflejado en el acta correspondiente, de concretar el proceso de reforma en una norma legal antes de finalizar 1980.
  2. Presentación de 4 textos, conteniendo las propuestas de los distintos grupos participantes en la mesa, textos que se analizarán a lo largo del número.
  3. Petición unánime por parte de todos los sindicatos y asociaciones existentes de que antes de finalizar el mes de septiembre –ya finalizó- el ministerio sometiera a un período de información pública el proyecto de norma legal para la reforma de la Organización.

Hasta aquí nuestra opinión, nuestra postura ante el tema y una brevísima exposición del proceso seguido hasta el momento. A partir de ahora, intentaremos que cada responsable de los grupos explique su posición y su estrategia. Y, si ello es posible, que también llegue a la revista la opinión de la calle, de los afectados que en muchos casos viven de espaldas completamente al proceso que se gesta.

Texto trascrito de una grabación en cinta casete, en la voz de Antonio Vicente Mosquete.

Este texto tiene que ser del último trimestre de 1980, ya que el propio autor alude a la finalización del mes de septiembre de 1980 y a un acontecimiento pendiente antes de finalizar el año.